- Esta es para ella, cuídala bien. Volveré para verte.
Pero, ¿Y quién es ella?.. La voz de aquel hombre aún resonaba en su cabeza. ¿Como había podido confiar en él?
Bueno, de todas formas, nunca había visto a otras personas por la zona, así que más que nada fue por evitar la más vieja debilidad humana, la sensación de soledad.
Todavía no se acordaba de como había llegado allí. Su apariencia era la de un chico de unos 25 años, con la tez morena. Iba desnudo y ese fuerte olor como a barro no se le quitaba de la cabeza.
Muy a su pesar, y tras fallidos y masivos intentos, no lograba visualizar ningún recuerdo dentro de su mente. Se había pasado el día escudriñando ahí dentro por si encontraba algo, alguna pista que le dijese porque estaba él allí, y que es lo que le había llevado a ese paradisíaco lugar. Pero nada.
Solo recordaba la visión de un fuerte resplandor, y el haberse despertado en medio de un claro en el bosque, rodeado de una frondosa y salvaje naturaleza. Curiosamente sabía como se llamaban todos los animales y plantas de la zona, incluso sabía que aquel árbol con frutos rojos no se debía tocar. ¿Dónde lo había aprendido? ¿Quizás estuvo antes viviendo allí? Pensó que se habría dado un golpe en la cabeza y que eso le había hecho tener alguna que otra laguna..
Solo llevaba unas horas despierto y le parecía que llevaba una eternidad.
Se sentó y esperó. Sabía por alguna extraña razón, que su respuesta llegaría pronto.
Fue pasando el día, y por fin apareció de nuevo aquel hombre de tupida y hermosa barba blanca.
-Ya es la hora, Adán. – Dijo el anciano.
-De acuerdo.– Respondió el chico. Y con un gesto rápido e instintivo arrancó de su abdomen aquella blanca costilla. Sin dolor. Al menos ahora sabía cual era su nombre. Y aquel hombre le conocía.